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Feliz cumpleaños Caracas...

21/07/13.- ¿POR QUÉ ELLA?
Dicen, porque no existe documento alguno que lo avale, que Caracas fue “fundada” por Diego de Losada el 25 de julio de 1567. Sin embargo, desde hace cinco años su busto no figura en la plaza que solía llevar su nombre en la parroquia 23 de Enero de Caracas. ¡Ajá!, los habitantes de la zona decidieron, a través de una consulta popular, tumbar esa verga, dársela al Instituto de Patrimonio Cultural y rebautizar el espacio como la Plaza del Combatiente Revolucionario. ¿Por qué? Sencillo. Consideraron que rendirle homenaje a Diego de Losada era un acto de agravio a la venezolanidad y a los pueblos indígenas que él mismo asesinó. Una opinión parecida a la de nuestro pintor y dramaturgo César Rengifo, cuando en 1975 rechazó la Orden Diego de Losada por colonialista (sí, ya saben, la orden, un invento que solo se les ocurriría a AD y Copei).
¿Que cómo es la vaina? Pues así, señores. Así mismito: desde 1498 los españoles juraron que habían “descubierto” las costas venezolanas y empezaron, salvajemente, a colonizarnos. En 1558 se aventuraron a expandir, aún más, sus garras y pretendieron llegar a lo que hoy conocemos como Caracas. Nuestras tribus indígenas lograron resistir durante varias décadas pero, en 1567, una “expedición” (así le decían a uno en el liceo, ¿no?) proveniente de El Tocuyo, y precedida por el fulano Diego de Losada, logró dominarnos por la fuerza e imponernos el absurdo nombre de “Santiago de León de Caracas”. Santiago por el apóstol tradicional de la reconquista española, que era el santo militar de España; León por el nombre del gobernador de la provincia para ese momento, Ponce de León; y Caracas porque así se llamaban las tribus indígenas que habitaban nuestro valle. El mismo valle que se encontraba (encuentra) cubierto de una especie vegetal maravillosa conocida como pira que los indígenas llamaban “caracas”.
En ese momento los colonizadores decidieron que fuera esta, y no otra, la “capital” de Venezuela. ¡Se salvaron Coro y El Tocuyo! La vulnerabilidad, por su cercanía al mar, y el constante ataque de los piratas hizo que perdieran su condición de capital, cediendo a la entonces plácida y protegida Caracas la provincia de la Capitanía General. Igual, la protección no duró mucho si tomamos en cuenta el intento de invasión fallido por parte del inglés Amyas Preston quien, al mando de 500 hombres, logra asaltar y, posteriormente, quemar la ciudad. Por eso, en 1678 se empezó a construir, sin que llegase a terminarse nunca, una muralla defensiva que pretendía circundar toditica la ciudad, o sea, sus ¿25 cuadras?
CARACAS EN 25 CUADRAS
Caracas no dejó de ser un gran valle agrícola pero, con la llegada de los conquistadores, junto a nuestros verdaderos cultivos indígenas tradicionales, se empezó a sembrar trigo, avena, caña de azúcar, frutas y hortalizas de España. Para comienzos del siglo XVIII, Sabana Grande era un gran sembradío de fresas y naranjas; Maripérez era una vasta zona de cultivos, con huertas y maizales; La Pastora, un inmenso algodonal. Desde lo que hoy conocemos como El Paraíso hasta los límites de Antímano, estaba destinado a la caña de azúcar y el trigo, que un molino transformaba en harina para exportar (¡ah!, pero los ratones y las ratas que llegaban en los barcos españoles destruyeron hasta un tercio de nuestras cosechas, pequeño detalle); Macarao era tierra de duraznos y en Chacao se cultivaba arroz.
Luego, en 1577, dibujaron el primer plano urbano de la ciudad, diseñado de acuerdo a las fulanas Ordenanzas de Felipe II: un documento que definía, nada más y nada menos, que el orden que se le debía dar a los “descubrimientos, poblaciones y pacificaciones” de los españoles en nuestra América Latina. ¡Ajá!, los españoles llevaron a cabo la más grande empresa de creación de ciudades de la historia de acuerdo a un modelo común: la “cuadrícula”, según la cual Caracas quedó dividida en cuatro calles y 25 cuadras fundacionales alrededor de una plaza mayor.
Para fundarla escogieron la explanada, ligeramente pendiente, llamada Catuchaquao (Catuche), por el nombre de una quebrada que pasaba cerca. Este nombre significa “la quebrada del guanábano”. Las primeras cuadras fueron: Catedral (bautizada el día que llegó el primer obispo a la ciudad), Altagracia y La Candelaria. Por cierto, La Candelaria era el extrarradio, luego lo fue La Pastora, luego Antímano o El Valle, luego Chacaíto y La California. Y así fue creciendo la ciudad, de a pedazos.
Y TODO, TODO, TENÍA DUEÑO
Junto a la “fundación” de Caracas, se empezó a repartir y vender a diversos pobladores (los ricos, obvio) pedazos de la ciudad. Sí, los colonizadores se atrevieron a ponerle precio y entregar lo que no era suyo, lo que era nuestro, de todos y de nadie a la vez. El primer propietario fue Manuel de Figueredo, a quien los españoles, por la insignificante y maldita suma de 15 pesos de oro, le adjudicaron toda la hoya del Catuche, desde lo alto del cerro hasta lo llano, y también la vertiente norte (poco, o nada, importó que de ahí se surtiese de agua una buena parte de los habitantes del valle).
Para la segunda mitad del siglo XVIII, toda la falda sur de la serranía también tenía dueño: Juan Nicolás de Ponte era el amo y señor del extenso potrero de Apolinar y de las vertientes occidentales de la quebrada de Cotiza.
Por otro parte, Manuel de Urbina poseía todo lo que se hallaba entre las quebradas de Cotiza y de Gamboa; y el famoso Juan de Ávila disfrutaba de todo lo comprendido entre el alto de Papelón, las quebradas de Cuño, o de Las Barrancas, y la quebrada Chacaíto, hasta la cumbre donde se avista el mar, es decir, todito “el cerro de Ávila”, que se llamó así por “pertenecerle” a él (ya vieron por qué Chávez se empeñó en cambiarle el nombre, ¿no?).
¿Y LA MODERNIDAD PA’ CUÁNDO?
La imagen colonial de Caracas no cambió sino hasta 1870, cuando llegó el entonces presidente Antonio Guzmán Blanco con su “maravillosa” idea de hacer una “Caracas de un solo piso que se asemejara a una diminuta París”. ¿Y por qué teníamos que tener un solo piso? El terremoto de 1812 provocó que tres cuartas partes de la ciudad se quedara sin casas, entonces los caraqueños empezaron a construir viviendas de un solo piso por miedo a otros movimientos telúricos. Y, más o menos, ¿en qué nos parecíamos nosotros a los franceses? ¡Ah!, no sé. Al cierre de esta edición aún no encuentro respuesta a esa vaina.
El hecho es que Guzmán Blanco derribó templos y conventos para construir obras como el Teatro Guzmán Blanco (1881, hoy Teatro Municipal) y remodeló la Plaza Mayor —donde funcionaba un mercado— para convertirla en lo que hoy es la Plaza Bolívar. También contrató la construcción del Palacio Federal Legislativo (1877) y la remodelación de la fachada del Palacio de las Academias (1875), todo a imagen y semejanza de las renombradas obras de la arquitectura europea. Dentro de este programa se reformuló también el Paseo Guzmán Blanco (1875, luego Paseo El Calvario y hoy Parque Ezequiel Zamora), colocándole jardines, caminatas y esculturas, incluida una de él mismo. Sí, sí, el humilde Guzmán Blanco mandó a hacer toda una capilla neogótica y muy afrancesada donde hubiese una estatua en su honor, una escultura que el sabroso humor venezolano bautizó como la estatua del “manganzón”.
El presidente Cipriano Castro continuó las obras, pero fue el dictador Juan Vicente Gómez —por supuesto— quien dedicó todos los fondos públicos a obras de infraestructura: vías, trenes, puentes y túneles a lo largo del territorio nacional. A su vez, activó el tranvía como sistema de transporte público. ¡Ah!, también realizó trabajos para la incorporación de la red eléctrica en Caracas, direccionando las aguas servidas a los ríos cercanos (¡oh!, he aquí los orígenes de la contaminación del río Guaire, El Valle y las demás quebradas que atravesaban la ciudad. ¡Aplausos!).
CONTINUÓ LA EXTENSIÓN Y LA DIVISIÓN
En 1928 comienzan a aparecer nuevos desarrollos en las periferias que hoy conocemos como La Florida. Las haciendas de las cercanías (Blandín y Mosquera, entre otras) fueron parceladas por grandes urbanizadores que mandaron a construir casas “estilo americano”, que terminaron siendo vendidas a extranjeros por la renuencia de los caraqueños a irse a vivir “lejos del centro”. Unos años después ocurrió lo mismo, cuando a los adinerados se les presenta una nueva oportunidad de vivir en la tranquilidad del campo pero cerca de la ciudad, en la urbanización Altamira, promovida por Luis Roche en los terrenos de la hacienda El Paraíso. La cosa iba tan en serio que se construyó, en 1945, una plaza para que sirviera de atractivo a la nueva urbanización. La plaza Altamira posteriormente cambió su nombre a plaza Francia por un convenio entre las ciudades de Caracas y París, para tener una plaza Francia en Caracas y una plaza Venezuela en París.
Al mismo tiempo que esto sucede en las periferias del este, el inicio del funcionamiento del Banco Obrero, en 1928, contribuye a la construcción de casas pobres para obreros de ingresos medios y bajos en la zona de San Agustín del Sur. ¡Plum!, se hace cada vez más tangible la división de clases.
PLAN ROTIVAL Y LA DIVISIÓN DEFINITIVA
Entre 1936 y 1939 es presentado el Plan Monumental para Caracas o Plan Rotival, el cual traería como consecuencia —con su parcial aplicación— la fragmentación de Caracas en dos ciudades: la del este y la del oeste. Cualquier parecido con la realidad no es mera coincidencia.
El plan era impulsado por los urbanistas franceses Maurice Rotival, Jacques Lambert y Henri Prost, quienes supieron aprovechar muy bien el llamado “boom petrolero” de Venezuela. El proyecto, que prestaba especial atención al tema vial (Caracas ya estaba rebasada por 6.013 vehículos con un crecimiento anual de 30%), creaba avenidas centrales, grandes paseos, edificios oficiales, zonas industriales y viviendas planificadas para los sectores menos favorecidos, que llegaban de los campos a construir sus casas con sus manos y sin el permiso de nadie. ¡Ah!, no, no, ni de vaina, eso último no. Con el inicio de la Segunda Guerra Mundial Rotival se marcha de Venezuela y, al poco tiempo, el país cambia de gobierno y empieza el estilo american way. ¡Ay, carajo!
A LO DIZQUE AMERICAN WAY
La época de la posguerra trajo a Caracas una gran cantidad de inmigrantes, mano de obra que construyó (y, a veces, también se alojó) urbanizaciones emergentes como Bello Monte, San Bernardino, Chacaíto, la avenida Presidente Medina (esa avenida Victoria que aún conserva la arquitectura y las maneras de los inmigrantes italianos que la construyeron), La Candelaria (el reducto de los canarios, primero, y de los gallegos, después) y La Carlota. Sin contar el sinfín de fuentes de soda que, años después, se convirtieron en restaurantes que han hecho que la comida española e italiana tenga espacios casi inamovibles en nuestra ciudad. Por cierto, San Bernardino luego se hizo una especie de “distrito médico”, hasta que los cambios en la normativa sanitaria mundial recomendaron la construcción de centros de atención primaria y especializada a lo largo de toda la ciudad, y así nacieron los hospitales Pérez Carreño y Domingo Luciani.
A la par, fueron creciendo y consolidándose distintas infraestructuras, algunas pensadas para el “turismo” y basadas en la “modernidad” gringa: la Fuente Monumental de Plaza Venezuela (1952), el Hotel Tamanaco (1953), la Concha Acústica (1954), El Helicoide (1955, diseñado como una especie de centro comercial futurista que incorporaba en su interior el tránsito vehicular, ¡ja!), el Hotel Humboldt (1956), la hacienda Ibarra que terminaría transformándose en la Universidad Central de Venezuela (1946-1956), el hipódromo La Rinconada (1957, sí, se jodieron los apostadores y hasta los pobres caballos del “viejo” hipódromo de El Paraíso). Veinte años después jugarían a crear el Club Ítalo, Los Campitos y El Poliedro de Caracas para el sano esparcimiento de “todos”. ¡Ah!, sí, sí, y el Paseo Los Próceres (1957). Además, llegaron los teatros y cines con sus nombres norteamericanos: Imperial, Broadway, Castellana, Metropolitano, Palace, Las Palmas, El Conde, Radio City, París, Junín y el Teatro del Este.
Y NOS VOLVIMOS GRISES
Ya usted se había dado cuenta, ¿verdad? Sí, lo sé, yo también. No fue sino hasta 1958 que los “planificadores” de Caracas notaron que sufríamos de algo que denominaron “índice deficitario de zonas verdes”, y dele antibióticos con eso. En 1958 se propuso el Plan General de Parques para el Área Metropolitana, que incluyó el Parque del Este (1958-1964) y la refacción o consolidación de otros como el Parque del Oeste, el Parque Zoológico El Pinar, el Zoológico de Caricuao, el Parque Los Chorros, la remodelación del Parque Los Caobos y el Paseo El Calvario, las Cuevas del Indio y algunas plazas como la Plaza Bicentenaria (tanta paja para que en los años 90 llegaran los centros comerciales y ¿áreas verdes para qué?).
Ante el amenazador crecimiento de la ciudad las comisiones de “planificación” urbana también decidieron crear el Metro, “la gran solución para Caracas”, ¡ujú!, también se suponía que en Sabana Grande “siempre sería de día”.
¿Qué? ¿Que siguió el peo? Bueno, tranquilos: autopistas, viaductos y distribuidores para todo el mundo. Aparecen la autopista La Araña-Caricuao, la avenida Boyacá (por todos conocida como Cota Mil), el segundo piso de la Autopista del Este, la avenida Libertador, que es la única que entierra canales de velocidad dentro de la ciudad y que se implantó sin miramientos en la zona Norte entre Maripérez y Chacao (a su paso se demolieron edificios, casas y se inhabilitaron calles que se convirtieron en eso que hoy conocemos como “calles ciegas”); la avenida intercomunal de El Valle, la autopista Prados del Este-Baruta-La Trinidad y los distribuidores Baralt, El Pulpo, La Araña y El Ciempiés.
Y AÚN ASÍ, NO NOS DIMOS ABASTO
El crecimiento poblacional también se dio en todas las direcciones, llenando las cinco vertientes del valle. En el suroeste aparece la urbanización Caricuao y la avenida intercomunal de El Valle vio cómo, en su recorrido, se levantaban las barriadas de nuestras clases pobres. ¿Cuáles? Las que agarraron sus recuerdos, su cuatro, su cultura, su fuerza física, para venirse en busca de unas supuestas “mejores condiciones de vida”. Dejaron los campos en manos de futuros latifundistas y se vinieron para acá a construir en las llamadas “periferias” de esta ciudad de concreto que nunca les abrió la puerta delantera. ¿A construir? ¿Ellos mismos? Sí, viviendas improvisadas que se fueron constituyendo en las denominadas, así como así, “zonas marginadas” de Caracas. ¿Y qué dijeron los “planificadores”? ¿Los qué? ¿Cuáles planificadores? No sé, pero al parecer durante las campañas electorales le regalaban al pueblo pobre insumos de construcción para garantizar sus votos.
¿Y AHORA?
¡Coño! ¿Y ahora qué hacemos con este desastre? ¿Lo escondemos bajo la mesa o continuamos arreglándolo a la par que soplamos las velitas año tras año? Vamos a darle, a ver si algún día te vemos libre, ciudad capital. Acuérdate de las palabras del alcalde Jorge Rodríguez en tu fiestecita del año pasado: “Creo que Caracas es una ciudad llena de cicatrices que se está levantando desde las cenizas para resurgir como el fénix. Es una ciudad que nació en rebelión, que aún no sabemos cuándo nació; unos dicen que contaba con 25 cuadras fundacionales, otros nos hablan de los riachuelos. Una historia que nos han vendido por años, pero donde la única verdad que conocemos es que la Caracas de antes estaba dividida en dos: una donde, mal que bien, había servicios y espacios para el disfrute; y otra arrojada en los lechos de la montaña, que fue obviada por todos. Eso, eso no se repetirá más nunca”. ¡Eso es! ¡Ahí está el deseo! ¡Sopla, sopla!
POR JESSICA DOS SANTOS
FOTOGRAFÍAS ARCHIVO “VIEJAS FOTOS ACTUALES” Y “CARACAS EN RETROSPECTIVA”

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